Thierry Linck.
Colegio de Michoacán y Cemca
México, 1988, 176 pp.
Este libro es un análisis de la situación en el campo mexicano, que desemboca en la afirmación de que la crisis en la economía agrícola de las regiones se debe al centralismo exacerbado del poder.
Para llegar a esta conclusión, la autora toma dos líneas de investigación complementarias. La primera, centrada en el estudio del sistema agrario de la meseta tarasca, analiza los víncu-los entre la organización campesina del trabajo, estructuras sociales y dinámicas de cambio. La segunda se sitúa en las modalidades de integración del campesino tarasco, y de la agricultura en general a la sociedad global, a través de la organización para el trabajo.
Con esta metodología logra identificar tres formas para efectuar esa integración: una orientada a difundir el cambio técnico para reforzar centros de poder exteriores a la agricultura, sin considerar que modelos tecnológicos exógenos —como el de la Revolución Verde— utilizan insumos básicos y técnicos de origen industrial para sustituir los recursos y la energía locales, con lo que responde a las necesidades de expansión capitalista. Quienes instrumentan este modelo modifican sus relaciones con la naturaleza y con su sociedad.
Otra forma de lograr la integración es la difusión de nuevas relaciones mercantiles, que implican la propagación del sistema de precios relativos, propio de la economía global. Esto conlleva la imposición de nuevas mo- dalidades de valoración, económica y simbólica, lo que acrecienta la de-pendencia de los agricultores con los proveedores y los esquemas de distribución, con el consecuente desplazamiento de los centros de decisión hacia afuera de la órbita agrícola.
Por último, está la fuerza integracionista de las políticas sectoriales, que han sido promotoras del modelo tecnológico occidental, discrimi-natorias en grado sumo pues favorecen el flujo de recursos hacia cultivos comerciales, unidades agrícolas y regiones cuyo "potencial de desarrollo" se considere más elevado a corto plazo.
Este género de relaciones debilitan la organización campesina del trabajo, pues limitan el control colectivo que los campesinos ejercen sobre los procesos de producción y los frutos de su propio esfuerzo. El título resulta así elocuente: El campesino desposeído da fe de esa pérdida del control y la decisión, que la autora asume como un verdadero despojo.
Al evaluar la situación en el campo señala que las políticas agrarias poscardenistas han obedecido más a una voluntad de preservar la paz social que a un proyecto global de modernización de la agricultura, y fracasan porque la calidad y el monto de las tierras repartidas no son propicias para las formas occidentales de explotación de la tierra.
Agotado el reparto agrario, la agricultura extensiva ya no se puede garantizar y solamente queda abierto el camino hacia la intensificación, difícil de instaurar en tierras de temporal, sector del que las políticas se ocupan sólo inicialmente y cuando no resulta problemático.
De ahí la crisis de la agricultura, que se relaciona con una crisis social y política, pues se origina en el modo de integrar el agro a la economía nacional bajo la lógica de la especialización, lo que la hace cada vez menos apta para responder a la demanda nacional de alimentos básicos y limita su propia reproducción.
En el análisis de la integración de la meseta tarasca a la economía nacional se muestran las modalidades de inclusión identificadas por el autor. Señala que, integrada por las comunicaciones y transportes, para la región esto significó sumisión a una racionalidad económica ajena y a centros de decisión externos.
La base de su sistema agropecuario era el maíz y la cría de ganado, actividades que fueron perdiendo terreno ante la explotación irracional de sus recursos forestales. Este rezago constituyó un factor de empobrecimiento muy serio, porque ya no se combinan ambas actividades, propiciadoras del uso productivo de los subproductos (estiércol, rastrojo) y la utilización más continua de las fuerzas de trabajo campesinas.
Las políticas agrícolas fomentaron la dependencia de la agricultura con los proveedores de sus medios de producción —la tecnología— y cambiaron el tipo de consumo por el predominio de la urbanización y la difusión de nuevos patrones de alimentación, con lo que se perfiló una dinámica diferente de acumulación del capital. El sector agrícola deja de ser así el que impone sus propias pautas de desarrollo.
Concluyente, el autor asevera que las nuevas modalidades impuestas desde fuera dan al traste con las economías locales, ya que supeditan los cultivos a las lógicas de mercados externos.
Roto el equilibrio, Linck muestra cómo la usura rural, el atractivo de los bosques, la concentración de la ganadería, el abigeato y la subva-loración de las producciones vegetales y del producto de la cría de animales han propiciado en la meseta tarasca un acceso diferenciado a los recursos productivos por parte de los campesinos. Se vale de este estudio de caso para analizar cómo la difusión del sistema de precios relativos ocasiona un desplazamiento de los centros de gravedad de los sistemas agrarios al sobrevalorar algunos productos y recursos —bosques y ganado—, subvalorar otros —cría menor de animales y cultivos básicos— y abandonar cultivos y prácticas an-cestrales.
El ejemplo refuerza la tesis de la imposibilidad de la agricultura campesina para acceder en términos eficientes al mercado global. También, al mostrar el grado de destrucción de los bosques de la región estudiada, señala que el fenómeno sólo forma parte de una dinámica forzada de integración de la producción campesina a la sociedad global y expresa el impacto local de la difusión de las relaciones mercantiles definidas a escala mundial.
En tono pesimista el texto predice que "durante mucho tiempo, México estará condenado a importar buena parte de sus subsistencias", pues, aparte de recurrir a los financiamientos del exterior para respaldar sus producciones, empresas trasnacionales ejercen su dominio sobre las industrias que intervienen antes y después del proceso productivo agrícola. Asimismo, dice que no hay algún modelo alternativo que se oponga a todo esto, ante el desmesurado centralismo de las políticas instauradas.
Como estas políticas se han realizado con el concurso de variadas instituciones que sufren del vicio de la centralización, existe la necesidad de una planeación agrícola descentralizada, ya que nadie mejor que los campesinos para organizar e intensificar las producciones agropecuarias y distribuirlas oportunamente en el tiempo y el espacio, preservando los agrosistemas.
Thierry Linck expone cómo el centralismo, que sirvió para consolidar el poder nacional después de la gesta revolucionaria, poco a poco se ha encerrado en un autoritarismo estéril, hasta petrificarse en el sistema de relaciones de poder vigentes.
Aun cuando el gobierno —dice el autor— propone políticas descentralizadoras, éstas son más bien oficiales que reales, pues no delegan autoridad efectiva en la única instancia política y administrativa que existe actualmente, compuesta por miembros electos y en contacto directo y permanente con la sociedad civil: el municipio. Afirma que la descentralización implica la participación efectiva de la sociedad civil, y difícilmente será factible si no se delega la autoridad a los municipios, en especial en lo referente a la economía y a la agricultura.
Su planteamiento de cómo se realizaría esta reforma se centra en la sustitución de la organización sectorial de la administración —que actualmente no contempla la combinación de actividades de la población rural— por una "organización de secciones polivalentes, semiautónomas, definidas territorialmente", responsables de formular, de acuerdo con los productores, programas y acciones de desarrollo autónomo y su seguimiento.
"La reestructuración del aparato administrativo en secciones territoriales multifuncionales suprimiría su compartimentación e instauraría una comunicación fluida entre la administración y la sociedad civil", elemento básico para la instauración de cualquier política de desarrollo.
El campesino desposeído concluye que una verdadera descentralización conlleva forzosamente un cuestio-namiento radical de las opciones tecnológicas y, por tanto, de las bases de poder que las sustentan: el mismo sistema político que las ha insertado en el campo.
Respuesta campesina a la revolución verde en El Bajío.
Laura González Martínez.
Universidad Iberoamericana,
México, 1992, 319 pp.
En este ensayo, la autora da a conocer la adaptación y respuesta campesina al programa de modernización rural conocido como revolución verde, auspiciado por el Estado en El Bajío, particularmente en el rancho-ejido de Loma Tendida, del Valle de Santiago, Guanajuato. La autora describe con detalle la evolución de las familias campesinas abajeñas desde 1936 hasta 1976 y las relaciones de la agricultura con la sociedad. Contra lo previsto, la Revolución verde en esta zona del país significó crecimiento económico, pero también emigración definitiva y temporal de habitantes, disminución en el nivel de vida y deterioro del medio ambiente.
Planificación regional y reforma agraria.
Ángel Palerm.
Universidad Iberoamericana y Ediciones Guernika (Estudios Regionales),
México, 1993, 420 pp.
El volumen reúne nueve ensayos en los cuales el autor aborda el desarrollo regional y la modernización del sector agrícola en Estados Unidos, Francia, India, Italia, Yugoslavia e Israel. La evaluación de estas experiencias tiene como base los efectos sociales de diversos modelos de planeación, entendida ésta como "un esfuerzo y una tentativa de racionalizar según finalidades, es decir, de ordenar y disponer la conducta de las comunidades de acuerdo a ciertos pro- pósitos que quieren conseguirse".
San Pablo Ixayoc. Un caso de proletarización incompleta.
Gerardo Aldana Martínez.
Universidad Iberoamericana
(Tepetlaostoc, núm.1),
México, 1994, 124 pp.
La zona en que se encuentra San Pablo puede ser representativa del proceso de transformación del campesinado. Si, por ejemplo, en San Pablo Ixayoc los campesinos salen a conseguir trabajo en la construcción de viviendas en la Ciudad de México, en otras partes de la República van a trabajar en la moderna agricultura de California. En ambos casos la población campesina logra continuar con actividades agrícolas y artesanales atrasadas y poco remunerativas, pero que les ofrecen el único medio posible de subsistencia, así como cierto grado de seguridad y sentido de pertenencia.
San Miguel Tlaixpan. Cultivo tradicional de la flor.
Lucila Gómez Sahagún.
Universidad Iberoamericana,
(Tepetlaostoc, núm. 1),
México, 1993, 124 pp.
Desde la perspectiva antropológica, este estudio describe la organización sociopolítica de San Miguel Tlaixpan, un pueblo mestizo próximo a la ciudad de Texcoco. San Miguel Tlaixpan tiene una actividad agrícola caracterizada por el predominio del policul-tivo; sus familias cultivan con fines comerciales flores, frutales y yerbas. En tierras de propiedad privada tienen terrazas de riego o huertas, mientras destinan las tierras ejidales de temporal a los cultivos de autocon-sumo. La cantidad y variedad de flores sembradas en cada terraza depende, entre otros factores, de su valor comercial, las dificultades para su cultivo y de la fuerza de trabajo familiar para atenderlas.
Santa María Tecuanulco. Floricultores y músicos.
J. Palerm Viqueira.
Universidad Iberoamericana, (Tepetlaostoc, núm. 2),
México, 1993, 180 pp.
Localizada en el Estado de México, la comunidad campesina de Santa María Tecuanulco está dividida en dos, división que se basa más en la especialización de actividades que en la cantidad de tierra que se posee. Así, mientras los cuaupichcos encontraron en la música un oficio más lucrativo y complementario al de agricultor, los acolcos lo hallaron en la floricultura. La incursión en la música, sin embargo, no implicó el abandono de la agricultura, pues quienes se dedican a ella siguen cultivando el maíz e invierten sus ganancias en la apertura de tepetate, ampliando su acceso a la tierra.
Sistemas hidráulicos, modernización de la agricultura y migración.
Carmen Viqueira Landa y
Lidya Torre Medina, (coordinadoras).
Universidad Iberoamericana y El Colegio Mexiquense, México, 1994, 459 pp.
Este libro es un compendio de las ponencias presentadas durante el sim-posio Sistemas hidráulicos, modernización de la agricultura y migración, en el Colegio Mexiquense en septiembre de 1991. Uno de sus propósitos fue el de explorar las condiciones en que se reproducen los movimientos migratorios en relación con la agricultura empresarial, dedicada principalmente a producir frutas y hortalizas con modernos sistemas de riego y gran infraestructura. Las regiones mexica-nas consideradas por los investigadores fueron Texcoco, Tabasco —La Chontalpa—, el valle de Toluca, Chalco y Chapala, aunque también se incluyen casos sobre España, Estados Unidos y Francia.
Un plan de desarrollo regional. El Bajo Aguán en Honduras.
Ángel Augusto Castro Rubio.
En este estudio el autor analiza las circunstancias que entre 1970 y 1985 propiciaron que, en un país de campesinos sin tierra y sin posibilidad de empleo, prosperara el Proyecto de Desarrollo Integral del Bajo Aguán, cuyo objetivo era imprimir un carácter empresarial al cultivo y comercialización de la palma africana, basándose en el desarrollo de un sistema de cooperativas que modificaba las relaciones productivas y sociales existentes hasta entonces. El programa, financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo, significó la libre apertura al capital, la concepción de la empresa privada de exportación como el sujeto central del desarrollo y negó cualquier contribución al bienestar de la población hondureña.